viernes, 3 de agosto de 2012

El síndrome del galgo



Josep Piqué - 16-07-2012
17-07-2012

A algunos estados miembros de la eurozona se nos pone un conejo metálico a un supuesto alcance y se nos pide que empecemos a correr.

Los aficionados a las carreras de galgos -en realidad, aficionados a las apuestas y al juego y no a los galgos, a pesar de su indudable belleza plástica- saben que el mejor modo de lograr que corran es acercarles al conejo mecánico que sirve de señuelo con la esperanza de que van a alcanzarlo. Y cuando ya lo tienen aparentemente a su alcance, el conejo, misteriosamente, acelera su curso y jamás lo pueden atrapar.

Pero se consigue que los galgos corran y se esfuercen. Y al final de la carrera, la recompensa no es, obviamente, el conejo metálico -duro de roer-, sino golosinas apetecibles.

Incluso con la limitada, aunque no desdeñable, memoria canina, si nunca hubiera recompensa, es probable que llegaran a la conclusión de que no vale la pena correr para nada. Pero como es habitual, no vamos a hablar de galgos ni de podencos, sino de Europa y de economía.

La metáfora me ha venido en los últimos tiempos a la cabeza pensando en lo que acontece en nuestra desdichada zona del euro. A algunos estados miembros de la eurozona se nos pone un conejo metálico a un supuesto alcance -ya sea el rescate del sistema bancario no sano o la relajación de las condiciones de refinanciación de la deuda soberana- y, en función de ese objetivo, se nos pide que empecemos a correr. Que nos esforcemos, que hagamos sacrificios y que asumamos costes económicos, pero también políticos y sociales muy importantes.

Obviamente, podemos y debemos discutir sobre cómo corremos, sobre el ritmo y el estilo, y cómo dosificamos fuerzas para llegar a nuestro destino. Y el destino no es el conejo ficticio, sino la recompensa.

Y la recompensa, en nuestro caso -un galgo un tanto famélico-, es que consigamos bajar la prima de riesgo y que, junto a otros países ya rescatados -Grecia, Irlanda y Portugal- o rescatables, como Italia u otros, podamos ir creando las condiciones para que cualquier financiación o refinanciación de deuda de cualquier Estado miembro de la unión monetaria (o de cualquiera de sus entes públicos) sea soportada por el conjunto de los recursos de toda la eurozona. Dicho en plata: cuando tengamos eurobonos. Y el debate se aproxima a la escolástica pregunta sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina. Porque Alemania y sus compañeros de viaje nos dicen que sólo habrá eurobonos cuando baje significativamente la prima de riesgo y otros dicen que sólo con eurobonos la prima de riesgo bajará.

Es evidente que se trata de un falso dilema si se plantea estrictamente como una dicotomía. Habrá eurobonos cuando el coste de emitirlos sea asumible para los países que hoy se financian mejor que el promedio, pero entiendan que el coste de oportunidad de no emitirlos puede ser superior, porque está en juego la propia supervivencia de la moneda única. Y esa supervivencia a medio y largo plazo implica necesariamente la corrección de los desequilibrios excesivos que afectan a los diferentes estados miembros. Y ahí volvemos a la metáfora de la carrera de galgos.

El actual Gobierno español, con medio año de ejercicio, ha tomado innumerables medidas, unas más acertadas que otras. Normal. Pero cunde la sensación de que siempre nos quedamos cortos. Y que siempre se nos pide más. La expresión diplomática es "enhorabuena, van ustedes en la dirección correcta, pero necesitan ir más allá". Igual que el mensaje a los galgos con el dichoso conejo...

Y es cierto que eso ayuda a correr. A hacer cosas. A acometer reformas y ajustes imprescindibles. En definitiva, a intentar recuperar la imagen de país serio y riguroso y capaz de hacer honor a sus compromisos internacionales. Pero también necesitamos alguna recompensa al final de cada etapa y, desde luego, al final de la carrera. Y la estamos recibiendo. El rescate bancario es un buen ejemplo. No podíamos acometerlo con nuestros propios y estrictos recursos. Necesitábamos ayuda europea. Y afortunadamente, nos la dan. Condicionada, evidentemente, pero en razonablemente buenas condiciones. Y hay que agradecerla y utilizarla adecuadamente. La puerta abierta a una política proactiva del Mecanismo Europeo de Estabilidad en los mercados secundarios de deuda soberana, más allá de las intervenciones puntuales del BCE, es otro ejemplo. Son temas que no hay que subestimar.

Pero, al final, lo que debemos lograr es que el que acciona la velocidad del conejo ficticio llegue a la convicción de que también es uno de los galgos y lo que le conviene es que todos hagamos un digno papel en la carrera. Si unos cuantos galgos se quedan exhaustos en el camino, el interés se pierde y las apuestas desaparecen. Y todos perdemos.

Nos encontramos, pues, ante una doble responsabilidad: la de los que deben seguir esforzándose, y deben hacerlo bien y no a rastras, sino desde la convicción, y explicándolo a sus ciudadanos; y la de los que deben asumir que no se pueden pedir permanentemente esfuerzos sin recompensa, aunque tal actitud agrade, de forma miope, a sus ciudadanos.

Y el objetivo está claro: los galgos -todos- deben correr bien, sabiendo que el premio no es algo inalcanzable, sino que al final todos, con independencia de su clasificación, reciben una compensación.

Y esa compensación consiste en algo muy tangible: que el esfuerzo de tres generaciones de europeos no se vaya al traste por falta de coraje político. De unos y de otros.

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